El sentimiento de vacío: un fenómeno frecuente, pero poco descrito.
El vacío es un estado emocional que surge cuando las personas no ven cubiertas sus necesidades básicas. Tiene apellidos, en función de las carencias a las que responde, por ejemplo: vacío emocional, vacío intelectual o vacío existencial.
¿Cuáles son esas necesidades básicas que pueden quedar al descubierto y provocar tanto vacío?
Vamos a seguir el modelo de Maslow que describe las necesidades del ser humano en forma de pirámide o montaña que transitar:
- Necesidades fisiológicas, en la base: Respiración, alimentación, sueño… Si faltan, no me puedo gestionar con un mínimo de salud.
- Necesidad protección y seguridad básica: Defensa de los peligros físicos o psíquicos externos e internos.
- Necesidad de pertenecer a un grupo: Aceptación por parte de los más significativos de mi entorno, la familia, los amigos, los compañeros de clase, trabajo y grupo de iguales.
- Necesidad de afecto y autoestima: Amor, reconocimiento de mis capacidades, valoración personal.
- Necesidad de comprender el mundo en el que vivo: Encontrar un sentido a lo que sucede.
- Necesidad creativa: Consistente en poder desarrollar y mejorar mediante mis habilidades, el mundo en el que me desenvuelvo, generando con la creatividad propia del ser humano, belleza.
- Y necesidad de trascender: Ir más allá de mí, encontrar el sentido de mi vida.
Nacemos con estas necesidades, profundamente indefensos. Si no las cubren en los primeros años de vida, cuanto más básicas sean, más severas carencias en la edad adulta. Se acompañan de emociones, generalmente desagradables. Son un grito a la supervivencia. El miedo, la rabia, el asco, la tristeza o la culpa me avisan de cómo estoy por dentro, de necesidades que no han sido satisfechas. Cuando llegamos a la edad adulta, habitualmente, en vez de hacernos responsables de ellas, las evitamos, para así poder sobrellevar la angustia, el malestar psíquico, creyendo que si no conectamos con ellas, no existen. Podemos llegar a dos extremos como mecanismo de defensa: la hiperactivación o la hIpoactivación.
La hiperactivación, el no parar, el estar constantemente haciendo cosas, es una forma de no conectar, de no sentir. Actualmente, algunos terapeutas atribuyen al Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) esta función de supervivencia: hiperactivarse para no sentir.
En el otro lado, estará la hipoactivación, el bajón, el bloqueo, la depresión, llegando a la alexitimia (incapacidad de conectar y poner nombre a las emociones) y la disociación, que es la desconexión total de mí mismo. Desconectar de ese vacío, que tanto malestar genera, tiene su máxima expresión en los trastornos mentales, que son los intentos de resolver disfuncionalmente esas necesidades no cubiertas. La consumación es el suicidio, buscar la desconexión definitiva y total del dolor. Las personas no se quieren morir, esperan con ello dejar de sufrir.
Otras formas de gestionar ese vacío, menos radicales y más habituales, son el uso de calmantes, como por ejemplo la comida, la bebida, las relaciones sexuales, las adicciones en general, las compras compulsivas, el juego, las fiestas, el deporte agotador o el cuidado excesivo de la imagen, pasando por el trabajo de sol a sol.
Conectar, sentir, recordar y poner imágenes a los recuerdos cuesta mucho cuando se siente un profundo vacío. Sólo conectando con esas emociones seré capaz de ponerles nombre (mentalizar), aceptarlas, asumirlas y elaborar mi propia historia, desde una nueva narrativa, que me permita acogerme, abrazarme y quererme. Sólo en la medida en la que doy voz a esa parte de mí, a la que no puedo mirar de frente y poner palabras, será posible integrar lo vivido y su contrario, lo sucedido y lo que se esperaba, pero nunca llegó.
Begoña Aznárez en el libro “El trauma psíquico es de todos” *, un título muy sugerente que no excluye a nadie, explica que todas y todos, en algún momento de nuestra vida hemos experimentado situaciones de trauma. La clave para saber cuánto nos han afectado es el grado en el que experimentamos ese vacío. A más falta de sentido sobre lo que siento y sobre por qué me siento así, más vacío.
Cuando pensamos en estas jóvenes generaciones “que lo tienen todo y que no saben qué es frustrarse» se nos olvida que quizá, sí tengan todo lo material pero no en pocos hogares, ha faltado verdadera nutrición afectiva, seguridad, límites, estabilidad, tiempo de conexión y consistencia. Si eres padre o madre puede que estas palabras te resulten duras, pero quizá sea el momento de poner nombre a tus propios vacíos, antes de juzgarte por los de tus hijos e hijas.
- ¿Qué necesidades crees que han estado al descubierto en tu vida?
- ¿Recuerdas alguna situación traumática?
- ¿Qué te dices a ti mismo cuando te descubres con carencias?
Mediante el esquema de la rejilla metálica, Begoña A. intenta explicar la estructura psíquica con la que nacemos. Cuando nuestros progenitores responden a las necesidades básicas, se va rellenando con el cemento que sostiene el edificio de la personalidad. Si los adultos no han dado una respuesta adecuada, esos cuadraditos que forman la rejilla, no quedan bien rellenos, se produce un agujero, un vacío, una carencia. Desde luego, no es lo mismo responder a las necesidades de manera adecuada que pasar de ellas. Lo que más dolor puede causar a un ser humano es sentir la falta de interés, el silencio del otro, su vacío, su desconexión.
Lisa Nichols explica que la esencia de las personas resilientes, está formada por 9 músculos: la comprensión, la fe en uno mismo, el pasar a la acción, el «lo sé porque lo sé», la honestidad, el «di que sí», la determinación, el perdón y la decisión más acertada, que son las bases para construir una personalidad en la adolescencia, que garantice la capacidad de recuperarse ante las dificultades y salir fortalecido.
El secreto para lograrlo está sobre todo en el tipo de vínculo establecido con el adulto, en su mirada de amor incondicional hacia el niño, el mundo y los demás, lo que llamamos creencias nucleares y distorsiones cognitivas que traducen la experiencia interna y nos permite confiar o desconfiar, mirarnos de frente o evitarlo, viendo las carencias, dándole voz a las emociones que generan, cubriéndolas desde la salud, de manera responsable para llegar así a un equilibrio interno que me permita el externo y viceversa.
El 10 de octubre celebramos el Día de la Salud Mental. El Colegio Oficial de la Psicología escribió una breve guía para ayudar a saber qué es y cómo cuidarnos. Si necesitas algunas pautas básicas, puedes descargarla pinchando aquí y para los niños, te dejamos este cuento.
*Arnárez, Begoña (2012). El trauma psíquico es de todos: Rompe el silencio.
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