Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA): un problema complejo y multifactorial, que afecta intensamente al día a día en familia.
Cuando oímos hablar de Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) existe una tendencia a pensar que se trata de “uno de esos típicos problemas de adolescentes”, que se deben a una sobrevaloración un poco superficial de la imagen corporal y que con el tiempo y la madurez “se pasa”, como si de un catarro común se tratase.
Si bien el problema puede ser “típico” en cuanto a la incidencia de los casos (actualmente afecta a 1 de cada 20 adolescentes, según informes de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia), la experiencia real de los padres implicados en el tratamiento de su hijo con TCA es que se trata de un problema complejo y multifactorial, que afecta intensamente al día a día familiar, causando momentos de gran angustia en todos sus miembros; y que lejos de ser un trastorno producto de la superficialidad del que lo padece, tiene sus raíces en heridas profundas que alteran la autopercepción, dificultando así el desarrollo de una sana autoestima.
Ante la aparición de un caso de TCA dentro del núcleo familiar, los padres suelen verse desbordados por la necesidad de sostener y ayudar a su hijo enfermo, mientras paralelamente lidian con sus propios sentimientos de preocupación y, muy a menudo, culpabilidad.
Y es que es prácticamente imposible que en esas circunstancias no nos asalten ciertas preguntas: “¿En qué medida he tenido yo que ver con el problema de mi hijo/hija?” y “¿Cómo puedo reparar el daño?” .
Estas preguntas, aunque en ocasiones punzantes, son muy legítimas y tremendamente positivas para la recuperación del enfermo, siempre que se hagan con ánimo constructivo y de sana autocrítica. Porque un TCA es una oportunidad para toda la familia: la oportunidad de crecer juntos, de revisar las dinámicas familiares para mejorar lo que no está funcionando, de restaurar los vínculos dañados y seguir creciendo en el amor.
Así, la implicación en el tratamiento por parte de los padres va a ser un potente facilitador de la recuperación del hijo/hija con TCA, ya que si bien el problema es multifactorial y como tal debe abordarse desde diferentes ámbitos (personal, emocional, social, etc), los padres en cuanto figuras de apego primario tienen un papel esencial en el desarrollo de la autopercepción de sus hijos, en su interiorización de esquemas relacionales y en su capacidad de aceptarse y amarse a sí mismos, elementos todos ellos estrechamente vinculados con el desarrollo del TCA.
En este trabajo personal que deben realizar los progenitores, ayuda siempre analizar y cuestionar algunos aspectos de la personalidad, de la propia historia y de cómo estas influyen en la dinámica familiar. Suele ser clarificador plantearse cuestiones como:
¿Cómo he gestionado mis inseguridades en torno a la crianza de los hijos?
A veces nuestra propia dificultad a la hora de autorregularnos puede llevar a volcar nuestros miedos y ansiedad sobre otros. En el caso de los hijos, esto es especialmente peligroso, ya que tendemos a sobreprotegerles generando en ellos la idea negativa de que son “poco capaces” o “insuficientes”, lo que puede derivar en un intento de compensación de este supuesto déficit proyectando una imagen perfecta y buscando continuamente la aprobación externa.
¿Estoy emocionalmente disponible para mis hijos?
Una queja prácticamente universal en las personas con TCA es que en casa “no se habla”, o al menos “no se habla de sentimientos”.
La comida puede ser un potente regulador del estado de ánimo, por lo que no es extraño que en las familias con un déficit en este aspecto, se llegue a convertir en prácticamente el único recurso para sobrellevar situaciones de malestar emocional.
Los padres que escuchan a sus hijos, que les ayudan a reconocer, nombrar y regular sus emociones a través de su propio ejemplo y de una comunicación abierta y comprensiva, no sólo generan un vínculo seguro con ellos (fundamental para un buen ajuste psicológico), sino que además les facilitan una comprensión de su mundo interior, que les permitirá entenderse mejor y por lo tanto cuidar bien de sí mismos.
¿Qué valor doy yo a la imagen física y al peso corporal?
Es importante analizar las propias creencias y examinar qué ideas hemos podido trasladar a nuestros hijos a lo largo de los años. Si yo tengo una preocupación excesiva en torno a la importancia del peso, la alimentación y la imagen corporal, es fácil que ésta repercuta sobre la forma de pensar de mis hijos, ya que el aprendizaje de la conducta alimentaria se realiza fundamentalmente dentro de las familias, especialmente a través de las madres.
Además, y especialmente cuando son pequeños, debemos tener en cuenta que tienen un pensamiento mucho más concreto y que pueden hacer comentarios, aparentemente banales, como “qué gorda estoy, nada me queda bien” o “voy a dejar de comer que me estoy poniendo como una foca”, que se tomen de forma literal, generando en ellos creencias distorsionadas.
El primer paso para solucionar un problema es entender de dónde viene y así poder revisar en qué necesitamos hacer cambios. Cualquier aprendizaje requiere humildad, y aunque no siempre resulte fácil dejarnos enseñar por las dificultades, es la moneda de cambio para mejorar continuamente nuestra vida y la de aquellos a quienes queremos.
Fuentes: Prieto, Jessica, Herrero-Martín, Griselda, Montes-Martínez, Marian, & Jáuregui-Lobera, Ignacio. (2020). Alimentación familiar: influencia en el desarrollo y mantenimiento de los trastornos de la conducta alimentaria. Journal of Negative and No Positive Results, 5(10), 1221-1244. Epub 28 de marzo de 2022.https://dx.doi.org/10.19230/jonnpr.3955
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