SOS ¡No me quiero!

Un tema recurrente en cualquier consulta de psicología es el de la autoestima, o más concretamente, la preocupación en torno a la baja autoestima.

Es fácil encontrar numerosos libros, artículos, y contenidos web al respecto, incluso podríamos decir que en los últimos años la autoestima se ha convertido en una de las grandes protagonistas en el ámbito de la salud mental y el bienestar. No es nada extraño, dado que hoy en día nadie pone en duda que se trata de un pilar esencial en el desarrollo de una identidad sana y, por ende, de una vida medianamente satisfactoria.

Sin embargo, como en cualquier cuestión que se pone “de moda” y entra a ser objeto de debate general, no es inhabitual encontrar concepciones de la autoestima mal entendidas o mal explicadas, que no sólo impiden aproximarnos a un significado adecuado del término, sino que además en la práctica pueden resultar muy dañinas debido a su falta de realismo.

En este artículo pretendemos clarificar qué es la autoestima, con el objetivo de desarrollar una construcción un poco más ajustada y saludable del concepto.

Para empezar, creemos que puede ser de utilidad hacer una breve distinción: autoconcepto y autoestima, si bien estrechamente relacionados, no son términos equivalentes.

El primero hace referencia a la opinión/imagen que tenemos sobre nosotros mismos, se trataría en este caso de una creencia de carácter más bien cognitivo, en resumidas cuentas: lo que pensamos sobre nosotros; la autoestima, por el contrario, tiene un componente más bien afectivo, no se trata tanto de una valoración mental como emocional, que podría describirse como “lo que sentimos hacia nosotros mismos”.

Tal como explica David D. Burns en su conocida obra “Autoestima en 10 días”, en las personas se produce de manera natural una estrecha relación entre lo que pensamos y lo que sentimos, hecho que facilita que un autoconcepto positivo derive de manera espontánea en una buena autoestima.

No obstante, es importante entender que el autoconcepto es un término:

  • Dinámico: en el sentido de que varía y se construye a lo largo del tiempo. Y
  • Multifacético: puesto que no elaboramos una idea de nosotros mismos en base a un único ámbito, sino que dentro del autoconcepto existen múltiples áreas.

Estas dos características generan a menudo situaciones de contradicción interna, por ejemplo: es muy habitual encontrar personas que se perciben como seguras, espontáneas y divertidas en su entorno familiar y sin embargo se describen como inseguras, retraídas e incluso acobardadas en el resto de sus relaciones sociales (o en algunos ambientes concretos). Así, pueden llegar a sentirse muy orgullosas y satisfechas de cómo son y cómo se relacionan con su familia y muy avergonzadas o limitadas en otros entornos.

Este tipo de “incoherencias”, son inevitables en la experiencia humana, sin embargo, al cerebro no le gusta la contradicción, es una cuestión de eficiencia: resulta mucho más fácil definirse como “seguro” o como “inseguro” que como “a veces seguro y otras inseguro, según la ocasión”. Por ello, la tendencia natural de nuestra “mente racional” va a ser la de pretender etiquetarnos en uno de los dos extremos y salir de la incómoda situación de tener que sostener la tensión entre dos facetas aparentemente contradictorias.

Todo ello provoca en ocasiones que tengamos un autoconcepto sesgado o polarizado, que tendrá su lógica repercusión en la autoestima, dado que es muy complicado valorarme adecuadamente si no soy capaz de percibirme y aceptarme tal y como soy, en toda mi riqueza y complejidad.

👉🏻 Así, no sólo es importante para la autoestima un buen autoconcepto, sino también y como paso previo al mismo, un buen autoconocimiento. Conocimiento que debe ser objetivo, ajustado e integrador; pero ante todo comprensivo y aceptante de todas mis características, me gusten más o menos. Sólo con este tipo de autoconocimiento es posible construir una autoestima sana.

Circulan infinidad de frases sobre la autoestima del estilo: “Si crees totalmente en ti mismo, no habrá nada que esté fuera de tus posibilidades” “Mientras más te quieras menos temor tendrás de hacer cualquier cosa” “En tu propia vida es importante saber lo espectacular que eres”, etc., pero la autoestima auténtica no consiste en pensar que somos capaces de lograr cualquier cosa sólo con proponérnosla y esforzarnos en ella, ni en vivir convencidos de que somos absolutamente maravillosos; sino que tiene mucho más que ver con el realismo, con realizar una valoración ajustada de nuestras características (positivas y negativas), fortalezas y límites y, por encima de todo: con aceptarlos cariñosamente.

A menudo la gran asignatura pendiente que tenemos a la hora de querernos es entender que para ello necesitamos aceptarnos.

Podemos pasar la vida peleando con lo que somos, queriendo ocultarlo a los ojos de los demás y a los nuestros, o cambiarlo si esta ocultación se nos hace imposible. Como si para ser dignos de amor propio tuviéramos previamente que lograr convertirnos en un “yo ideal”, fabricado por nuestra propia imaginación y que atesora todas las cualidades que subjetivamente nos parecen positivas.

Por supuesto que es bueno y deseable querer mejorar, desarrollarnos, pero como una consecuencia de ese sano amor propio que me lleva a querer crecer; no como un requisito previo para poder alcanzarlo. Cualquiera que ha querido de verdad sabe que la base del amor es la aceptación: los cambios vienen después, y vienen en forma de propuesta positiva, amable y amorosa; no en forma de imposición o condición para seguir amando.

Claro que aceptarse y quererse no es una tarea sencilla, especialmente porque no depende únicamente de mí, sino que requiere también el haber recibido a lo largo de mi historia “miradas de aceptación y amor”: esas miradas de unos padres cariñosos, un amigo verdadero, un buen maestro, un terapeuta comprensivo, etc., que construyen la autoestima porque me sirven de modelo para mirarme de la misma manera y en cierto modo de “garantía” de que realmente me lo merezco. Y es que aprendemos a mirarnos y a valorarnos en función de cómo nos han mirado y valorado los demás.

Sabemos que no cualquier persona tiene la suerte de encontrar fácilmente estas miradas constructivas a lo largo del camino, pero desde Acción Familiar estamos convencidos de que todos podemos y merecemos encontrarlas, es cuestión de ponerse en marcha y no dejar nunca de buscar. Estamos a tu disposición para cualquier ayuda que podamos ofrecerte.

👉🏻 Mientras tanto, te proponemos un pequeño ejercicio:

La próxima vez que te sientas frustrado, enfadado o triste contigo mismo, coge un folio en blanco y divídelo en dos columnas: en la primera, escribe qué pensamientos y juicios te surgen en ese momento sobre ti; en la segunda, prueba a escribir las mismas ideas, pero intentando expresarlas de un modo constructivo y cariñoso, tal y como se las dirías a alguien a quien tienes mucho cariño y a quien quieres ayudar a mejorar. A continuación, plantéate las siguientes cuestiones:

¿Hay algo que me llame la atención?
¿Hay mucha diferencia entre una columna y otra?
¿Me estoy queriendo en la manera de comunicarme conmigo?
¿Qué consigo hablándome así?
¿Podría tratarme mejor?

¡Ánimo y hasta pronto!

Si necesitas más ayuda contacta con nosotros en unifam@accionfamiliar.org o llamando al 914461011 ext.1.

El Servicio de Orientación Familiar y Promoción de la Salud está inscrito en el Registro de Entidades, Centros y Servicios de Acción Social de la Comunidad de Madrid S4218 y subvencionado por la Consejería de Políticas Sociales y Familia de la Comunidad de Madrid para cubrir las necesidades específicas de asistencia social dirigidas a la atención de las personas en situación de pobreza y exclusión social o que se encuentren en otras situaciones de especial vulnerabilidad, en el ámbito competencial de la Comunidad de Madrid.