Todos tenemos claro los síntomas de la COVID-19. Al comienzo, de hecho, nos convertimos en verdaderos “expertos”. Hacíamos chequeos diarios: “¿tengo fiebre?, ¿esta tos es seca?, ¿estoy perdiendo olfato?”. Así durante meses en los que nuestra supervivencia estaba -y está, no nos olvidemos- en riesgo.

Sobre los síntomas de la covid19, no es sobre lo que va este artículo. De lo que trata, es de los síntomas cuando “aún” no se ha pasado (o se cree que no se ha pasado). Cuando eres un afortunado por no haberte contagiado, pero sin embargo, no te sientes bien.

Quejarse cuando no te ha pasado nada. Aún más, cuando a nadie de los tuyos les ha pasado nada. ¿Cómo hacerlo cuando ha habido decenas de miles de muertos, cuando continúa habiéndolos ahora mismo, cuando se diagnostican por miles a diario?

Estoy bien, estoy bien, estoy bien…Sin embargo, tengo taquicardias sin saber a cuento de qué, duermo peor, me despierto a media noche, cuando suena el despertador siento que me eché hace un par de minutos, tengo atracones de comida…

No hemos tenido tiempo de recolocar nada de todo lo que nos ha ocurrido.  Continuamos en modo superviviencia. Como si estuviéramos huyendo de un depredador desde hace un año, sin descanso. Suena agotador, ¿verdad?

La situación nos impide planificar. Y el ser humano, necesita creer que controla su futuro. Ahora, no sólo no podemos controlar nuestro futuro, sino que no sabemos ni si mañana teletrabajamos. Y si no sabemos si teletrabajamos, no sabemos con quién dejar a los niños, y si no sabemos con quién dejar a los niños…Taquicardia.

Saber -o creer- que mañana va a ser parecido a hoy, o al menos parecido a lo que yo había planificado, ayuda. Ayuda mucho. Ahora no sabemos a qué atenernos. La inestabilidad es total y aunque neguemos la situación como herramienta para sobrevivir, nuestro cuerpo sí lo sabe.

Hace no mucho una conocida me dijo ante un comentario que hice sobre el miedo “mujer, no hay que tener miedo”. Le contesté que el miedo es una emoción lícita. Y que aunque no lo fuese, no había ningún manual donde apareciese tal afirmación. Que mi miedo es mío, y que sólo yo lo siento.

“Entiendo que tengas miedo”. Me lo repito con cierta frecuencia. Ese “entiendo que”, me da calma, me acaricia.

Aprovecho estas líneas para decirte que entiendo tu miedo, que entiendo tus taquicardias, tus noches en vela y tus atracones de comida.

Que aunque no tengas la enfermedad, aunque nadie a tu alrededor la haya tenido, te entiendo. Sé que éso te convierte en afortunado  afortunada, no cabe duda. Claro que hay miles de personas con una situación mucho más terrible que la tuya. Pero éso no disipa tu dolor, ni lo minimiza, ni lo hace desaparecer. Por mucho que lo niegues, pensando que es egoísta decirlo en voz alta, el dolor va a continuar en ti. De hecho, la emoción no dicha se estanca en el cuerpo.

Cuando un niño se queja, no se juzga el motivo, sólo se le acompaña, se le ayudar a relatar lo que le ocurre y se entiende su dolor. Ahora tú eres tu propio niño. No te juzgues, sólo acompáñate, abrázate y cuídate.

Busca ayuda. No juzgues si es suficiente lo que te pasa. Como leí hace tiempo en alguna red social, “Ir al psicólogo, debería ser la primera opción, no la última”.

Amanda Lanchas – Psicóloga AFA