La otra Navidad

Muchas personas y familias experimentan una verdadera alegría en Navidad. Hay una atmosfera especial que invita a ello: las calles se llenan de luces preciosas y por todas partes suenan villancicos. Nos invade el espíritu navideño. Si eres de los que sienten esta alegría, ¡enhorabuena, te ha tocado “el gordo de Navidad”!

El saber que hay personas que pueden vivirlo así, sin duda, es motivo de felicidad y de esperanza. Sin embargo, no para todos es motivo de contento. En la época navideña también resuenan con mayor intensidad los duelos, y unido a éstos la rabia y, sobre todo, la gran tristeza de no tener ya (o en algunos casos no haber tenido nunca) a esas personas o cosas que quiero. Puede resultar “chocante” ver personas que no viven estos momentos con felicidad y que salga con cierta facilidad tildarles de “amargados” o “poco alegres”. Es normal que nos moleste, pues muchas veces esta molestia parte de nuestro deseo de que el otro sea feliz, pero intentemos conectar con la emoción del otro y ver que detrás de esa amargura o falta de alegría se esconde la tristeza por haber perdido lo importante. Emoción que es totalmente legitima.

¿Qué es lo importante en esta época del año? Compartir un momento tranquilo y feliz con los que quiero:  poder ofrecer a la familia (hijos, padres, pareja…) una cena o comida digna, favorecer un espacio de encuentro y de comunicación (sobre todo en este tiempo de pandemia que ha provocado tanto distanciamiento físico) y por qué no algún que otro regalito sencillo para señalar un día especial…No hablamos de grandezas sino de poder “compartir contigo que eres importante para mí lo que tengo (sea mucho o poco)”

Pero la realidad es que para muchas familias no puede ser así, no se puede compartir con tranquilidad y felicidad por muchos motivos: porque hay conflictos aún abiertos que han hecho “mella” en la relación, porque estamos físicamente lejos (a veces a miles de kilómetros) o porque no hay medios económicos suficientes. Cuando no podemos vivir estas experiencias no solo estamos perdiendo una cena rica, un regalo o una conversación interesante, estamos perdiendo el amor que se recibe y se da a través de éstos. El deseo de amar y ser amado está inscrito en nuestros corazones.

Es necesario ser respetuoso con la manera que tiene cada uno (la propia y la de los demás) de vivir esta época, ya sea que se viva con una verdadera alegría o con un tinte de tristeza, lo importante es que entre lo que siento y lo que hago haya una coherencia: que si me siento feliz pueda manifestar esa alegría y que si, al contrario, me siento triste pueda estarlo. Las dos opciones son igual de válidas.

Que las dos opciones sean válidas no significa que no se pueda hacer nada para salir de la tristeza, es más desear ser feliz es algo muy sano. Es verdad que en muchos casos la pérdida es grande, pero podemos recuperar la alegría y para ello es importante no tapar la tristeza, no hacer como si nada me ocurriese.

¿Cómo hacer esto? En tres pasos: pensar, hablar y acoger.

  • Pensar:  darme permiso para “tener en la cabeza” aquello que me entristece (por ejemplo, permitirme recordar lo bien que lo pasaba con esa persona que tan querida en Nochebuena, lo mal que me sentía porque en casa no había medios económicos para celebrar la Navidad o porque no se paraba de discutir este día o lo mucho que me gustaría poder reunirme con mi familia)
  • Hablar: compartir lo que pienso y lo que siento con alguien de confianza.
  • Acoger: dejar que lo que pienso y lo que siento me acompañe.

Cuando hacemos esto la tristeza se siente escuchada, reconocida y va cediendo paso a alegría.