Alcohol y otras drogas: ¿Por y para qué?

Que “las drogas son malas” lo sabemos todos, probablemente hemos oído la frase unas cuantas decenas de veces a lo largo de nuestra vida y sin embargo no deja de ser un hecho que hoy en día, a pesar de todos los esfuerzos de concienciación y prevención, algunos jóvenes bien informados inician su consumo.

Según la teoría del condicionamiento operante (B.F. Skinner) un individuo con inteligencia aprendería a repetir las conductas que tienen consecuencias positivas (reforzantes) para él y a dejar de realizar las que tienen efectos negativos.

Así enunciado, parece muy sencillo, pero a todos los seres humanos nos es familiar esta experiencia de “tirar piedras contra nuestro propio tejado”; o lo que es lo mismo, actuar sabiendo previamente que el resultado final no va a ser beneficioso para nosotros.

La pregunta que sigue es evidente: ¿por qué entonces una persona comenzaría a realizar una conducta como consumir drogas, que a todas luces va a ocasionarle problemas?

Alguno podría pensar que quizás al individuo en cuestión le falten precisamente esas “luces”, pero la experiencia terapéutica nos dice que toda conducta es motivada (sea esta motivación más o menos consciente para el individuo y sea esa conducta más o menos comprensible para su entorno) y que si se realiza es porque algún beneficio tiene para el que la ejecuta.

Y este es precisamente el gran engaño de las drogas, que ofrecen soluciones cortoplacistas a necesidades auténticas, ahí reside su poder de atracción: en el beneficio inmediato que reportan. El problema es que estas falsas salidas actúan como “parche”, impidiendo a la persona detectar la necesidad real que se esconde debajo y desarrollar estrategias realmente efectivas para cubrirla. Así, a menudo nos encontramos con el desolador panorama de jóvenes que, en un intento totalmente legítimo de cubrir necesidades esenciales para cualquier ser humano, acaban optando por estas “soluciones rápidas”, que lejos de satisfacerles y ayudarles a desarrollarse; terminan volviéndose contra ellos, al impedir que conecten con su propia realidad y puedan hacerse cargo de ella.

Algunas de las necesidades que se cubren ficticiamente con el consumo de drogas son:

  • Deseo de felicidad/diversión: todos necesitamos ratos de ocio y esparcimiento, las drogas ofrecen una sensación de bienestar que resulta muy atractiva para el cerebro, de ahí su potencial adictivo. Sin embargo, hay muchas otras actividades que generan las mismas sensaciones de alegría y gratificación y que no suponen una amenaza para la salud (salir con amigos, disfrutar de una buena comida y hacer deporte de forma equilibrada, practicar nuestros hobbies, escuchar música, jugar, etc). No se trata sólo de divertirse a corto plazo, sino de aprender a disfrutar sin hipotecar nuestro bienestar futuro.
  • Deseo de pertenencia/imagen: el deseo de “encajar” y sentirse parte de algo más grande que uno mismo es propio del ser humano, muchas personas caen en problemas de consumo porque buscan sentirse aceptados. Cuando estamos heridos en nuestra autoestima, podemos caer en el error de creer que si conseguimos que otros nos quieran, finalmente nos querremos nosotros; pero la realidad es que, si la condición para ser acogido es hacerme daño a mí mismo, ni estaré recibiendo un amor auténtico por parte de los demás ni estaré dándomelo a mí mismo. Existen muchas maneras de socializar y crear vínculos saludables (equipos de deporte, grupos de voluntariado, clubes de actividades como lectura, debate, bailes tradicionales, juegos de mesa, etc), simplemente hay que buscar alternativas.
  • Necesidad de autoafirmación: encontramos también, especialmente en la adolescencia, casos en los que el consumo comienza por una necesidad de descubrir la propia identidad. Uno de los grandes retos de esta etapa es confrontar lo aprendido de otros (de manera que podamos acoger lo que ese aprendizaje ha tenido de positivo y “desechar” lo que no) con la visión personal del mundo, creando así un criterio propio. El problema es que, si no se comprende y acompaña correctamente este proceso (permitiéndole discrepar, favoreciendo su capacidad crítica y de análisis, ofreciéndole libertad y confianza, fomentando su sentido de responsabilidad, etc), a menudo lo que ocurre es que el adolescente no realiza una reflexión coherente sobre lo que es realmente positivo o no para él, sino que termina actuando por mera oposición a la “norma” impuesta por las figuras de autoridad.
  • Evasión de los problemas/ relajación: cuando estamos sufriendo puede parecer una buena idea hacer cualquier cosa que nos evite pensar en la situación. Pero todo lo que no se resuelve, termina regresando. Las distracciones no son malas siempre que nos ayuden a descansar, tomar distancia y volver para resolver el problema con fuerzas renovadas, pero huir hacia delante y no mirar atrás, nunca será una solución más efectiva que encarar los conflictos y encontrar la forma de resolverlos.

No es extraño en la época de la inmediatez que el consumo se vuelva una propuesta tremendamente atractiva, siempre parece más sencillo el camino corto y superficial que el que pasa por conocernos en profundidad y aprender a querernos tratándonos bien, pero desde luego cualquiera que se haya encontrado de cerca con el drama de la adicción comprenderá que esta aparente solución dura muy poco tiempo.

¿Cuáles son entonces las soluciones duraderas?

No existe una respuesta universal para esto, pero sin duda encontrarlas pasa en primer lugar por un ejercicio muy personal de sinceridad y reflexión, en el que me pregunte qué beneficio obtengo de esa conducta y qué necesidad trato de cubrir con la misma. Es importante notar que no cualquier consumo esporádico deriva siempre y necesariamente en una adicción, aquí el entorno de la persona juega un papel fundamental y es uno de los principales factores de riesgo o protección. Así, un entorno estable, afectuoso, seguro, en el que exista una buena comunicación y resolución de conflictos, facilitará que las necesidades personales queden suficientemente cubiertas y por ende que la persona no se aferre de modo tan compulsivo a posibles conductas de consumo.

Y pasa después por un atreverme, atreverme a quererme bien y buscar alternativas creativas, más auténticas y fiables, que me permitan darme aquello que necesito de un modo saludable.

Espero que este artículo te haya dado al menos algunas “pistas” para conseguirlo.

*Washton, Arnold M. y Boundy, Donna (1991) Querer no es poder: Cómo comprender y superar las adicciones

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