Un fin de semana inolvidable!
Diciembre 2025
Con la edad, uno aprende que hay fines de semana que pasan sin dejar huella… y otros que se quedan adheridos como barro seco en las botas. Éste fue uno de ellos.
A la tercera iba la vencida… Llevábamos esperando este momento desde hacía semanas, persiguiéndolo detrás de dos cancelaciones que habían mojado las ilusiones de todos más de la cuenta. Y el miércoles ocurrió, mensaje de nuestro “compi”: «nos vamos…ya no hay excusa…» por fin el tiempo nos devolvía lo que nos debía!!!
El lugar nos recibió con susurros de bosque y noche estrellada. Los chicos y chicas llegaron al campamento casi explotando de energía y con el corazón inquieto, arrastrando mochilas y expectativas, mientras nosotros, hacíamos malabares entre la organización y la sonrisa sincera que se nos escapaba al ver tanta emoción. Las primeras horas, fueron… diría que fáciles. Prepararon las habitaciones como quien marca territorio, discusiones por la litera de arriba, ropa que se escapaba de las mochilas, gritos desde un extremo del pasillo al otro. Solo había que verlos, esto había sido un acierto…
Al ratito empezó la magia con la velada de teatro improvisado, y al principio, como siempre, surgieron las miradas y los “yo no sé actuar”, los “me da vergüenza” entre más de una voz valiente “yo sí, que hago teatro”. Pero saltó la chispa y vaya que si salto… De pronto, el salón se llenó de personajes fantásticos, de principios y finales del mundo, de alegrías mundanas y de solidaridad, no había villanos, no había brujas…. ellos sabían lo que hacían.
El sábado fue un capítulo distinto, una aventura completa. Volamos en bici, elevándonos sobre el mundo como si la gravedad fuera solo una opción. Tiramos con arco, donde cada intento era un nuevo aprendizaje y cada acierto, una alegría compartida! Conducimos quads, pensando “si acelero me caigo” pero acabando con «uauuuuu siiiiiiiiiiiiiiii». En los caballos, en cambio, encontramos la calma. Caminando con elegancia y con una serenidad que contagiaba.
Fue al caer la noche cuando el fin de semana se volvió leyenda, conociendo las historias y las pruebas del “guardián del bosque”. Avanzamos entre árboles que parecían inclinarse para escucharnos, siguiendo senderos que desaparecían bajo nuestras linternas. Cada crujido era un secreto, cada sombra un presagio, escuchamos susurros, descubrimos enigmas, las sensaciones fueron nuestras y el espectro del guardián del bosque nos descubrió todos sus secretos. Caminábamos en grupos mientras los guardianes y cómplices nos guiaban con silencios cargados de intenciones y sustos escondidos entre los matorrales. A veces alguien reía para espantar el miedo, otras veces, el silencio era tan profundo que parecía que el bosque nos escuchaba. La media luna seguía alta y vigilante, iluminando lo justo, como si también quisiera jugar con nosotros.
El domingo amaneció más tranquilo, como un suspiro largo después de tanto alboroto. Era día de despedida, de juegos sencillos. Los juegos de siempre, esos que al principio se reciben con muecas: “¿Otra vez esto?”, “Pero si ya nos lo sabemos”, “Es muy infantil…”. Y, como ocurre siempre, bastó que empezaran los primeros segundos para que la resistencia se quebrara. Un grito, una carrera, una caída tonta, un punto disputado… y de repente estaban todos dentro, entregados con una pasión renovada, como si la infancia regresara corriendo a buscarlos durante un rato.
En ese momento pensé en todo lo que había pasado en apenas dos días: la improvisación, la aventura, el miedo compartido, la libertad, la luna del bosque, las voces entre los árboles… pero sobre todo el amor.
Y me di cuenta de que esas pequeñas cosas como canta Serrat son las que convierten la vida en algo más que un recuerdo y que como canta Sabina nos sobran los motivos para repetir.
Porque hay excursiones que simplemente suceden, y otras…. nuestras excursiones.
Yolanda, voluntaria de Acción Familiar
Con el apoyo de:
