Nuestro Servicio de Orientación Familiar utiliza un enfoque sistémico de acompañamiento familiar.
Todos y cada uno de nosotros tenemos un origen, es decir, procedemos de una familia. De ella deberíamos recibir lo fundamental (el amor, las habilidades y recursos) para enfrentarnos a los acontecimientos vitales y relacionarnos con los demás. Desde la infancia hasta la edad adulta esta sería una de las fuentes de aprendizaje (de modos de pensar, sentir y actuar) más importante.
No siempre es así.
A medida que vamos creciendo, tanto física como emocionalmente, vamos poniendo en práctica lo aprendido en la familia en otros contextos sociales: pareja, amigos, con nuestros hijos, compañeros de trabajo…
En algunos casos, lo recibido en el seno familiar nos ayuda a relacionarnos de forma adecuada con el otro y otras veces nos supone dificultades. Puede ser que la propia interacción familiar sea disfuncional y que esté ocasionando problemas en uno o varios de sus miembros.
Es frecuente que una persona acuda a nuestra Unidad de Atención Familiar en busca de ayuda. O también que sea la propia familia quien la anime a venir, para que resuelva sus dificultades porque manifiesta una conducta problemática.
Desde nuestro modelo de trabajo de corte sistémico, en la etapa de evaluación inicial, muchas veces se suele poner de manifiesto que, el problema no solo es individual, sino de todo el núcleo familiar aunque solo sea un miembro del sistema el que esté presentando el síntoma (ansiedad, depresión, problemas de conducta…) y el que responde a una interacción disfuncional.
Una de sus premisas principales de la terapia sistémica es que “una parte de sistema afecta a las demás”. Este enfoque se basa en el análisis, comprensión e intervención sobre el funcionamiento de los sistemas relacionales (familiar, laboral, social…). El objetivo de la intervención es tratar de favorecer cambios en las interacciones disfuncionales; señalar, fortalecer y reparar los vínculos familiares, laborales, sociales… para que sean saludables. No se trabaja solo con el individuo por separado, si no como parte de un todo, en el que la persona que manifiesta el síntoma y por lo que normalmente se acude a pedir ayuda (depresión, ansiedad, agresividad, estrés, bajo rendimiento, problemas de conducta, adicciones, rupturas …) es considerado como el paciente identificado, pero no el único que tiene el problema, más bien el agente desestabilizador del equilibrio de un sistema disfuncional, reflejado en él.
La finalidad de la intervención con toda la familia no es buscar culpables, sino más bien ayudar a cada uno a reconocer sus dificultades. Ayudarles a entender cómo estás pueden estar influyendo en la adecuada dinámica familiar y descubrir las habilidades y recursos necesarios para solventarlas conjuntamente. De esta manera cada persona, miembro del sistema, se convierte en agente de cambio y de mejora de la relación familiar.
Otro punto importante en este tipo de intervención es el profesional que acompaña, ya que la intervención familiar suele tener una dificultad extra: al tener que intervenir con más de una persona, el psicólogo debe enfrentarse al desafío de establecer un vínculo terapéutico de confianza y seguridad con cada uno de los participantes, cada uno de ellos con su propio punto de vista sobre el problema que les ha movido a buscar ayuda. El trabajo irá dirigido a encontrar puntos en común, mediar y hacer de espejo para que el conflicto familiar no se acreciente y se gestione de la mejor manera posible.
Para las familias tampoco resulta fácil, pues implica hacerse responsables de sus errores, debilidades, miedos y del nuevo modo de proceder para favorecer el cambio, pero sin duda no hay nada más gratificante que contribuir de manera activa a la salud de la propia familia.
Vanessa Moreno Siñalín – Psicóloga AFA