La Teoría del Apego.
Durante los últimos años el término de apego ha ido tomando importancia y se ha hecho cada vez más común en los entornos relacionados especialmente con la infancia.
Los estudios sobre el apego, se remontan a principios de 1900, cuando René Spitz (1887-1974) médico psicoanalista, observó a menores de un año en orfanatos, en situación de falta de movimiento, atención y cariño. Observó que estas condiciones, tristemente, llegaban en ocasiones a provocar la muerte de los pequeños.
Más tarde, Harry Harlow (1905-1981), llevó a cabo un estudio con monos en el que se les privaba de sus madres cuando contaban con corta edad, y se les daba la opción de elegir entre dos “madres sustitutas”: Una de alambre que portaba alimento, y otra de felpa calentita y agradable al tacto, aunque desprovista de alimento. Se comprobó que la necesidad de alimentación y de protección, eran necesidades diferentes. Es decir, que alimentar no era suficiente para la superviviencia y el bienestar de los monitos. De hecho, comprobaron que los monitos se acercaban a su madre de alambre para alimentarse, pero que el resto del tiempo elegían la madre de felpa para pasar el resto del tiempo.
Todos ellos influyeron en John Bowlby a la hora de elaborar su Teoría del Apego, en la cual definía el apego como “la tendencia de los seres humanos a crear fuertes lazos afectivos con determinadas personas en particular”.
De tal manera que cuando nacemos, lo hacemos con necesidades que nos garantizan estos lazos afectivos: coherencia, fiabilidad, firmeza, proximidad, disponibilidad y responsividad (que no responsabilidad. La responsividad es la capacidad de dar la respuesta adecuada a la necesidad concreta del pequeño).
En función de cómo se responda a las necesidades de los pequeños, existen cuatro tipos de apegos: uno de ellos seguro, y otros tres, inseguros.
El apego seguro, es aquel que tienen las personas que confían en sí mismas, tienen buena capacidad de resolución de conflictos, buena autoestima…
Los tres tipos de apegos inseguros, son: el evitativo, ansioso-ambivalente, y desorganizado.
En el apego evitativo, los niños tienen dificultades en la identificación y gestión de las emociones. Los papás de estos niños y niñas, pensando que es lo mejor para ellos, no han reconocido sus emociones, pensando que negar lo que sienten (“no es para tanto”, “no llores”, “deja de pensar en eso y ponte a jugar”…) identificando la negación de las mismas, como una fortaleza. De esta manera, estos niños, se han visto obligados a tapar sus emociones, para ser validados por sus papás, convirtiéndose de mayores, en adultos que no saben qué les ocurre, y que tienden a controlar el exterior por su incapacidad de controlar su mundo interno.
En el apego ansioso-ambivalente, los papás de estos niños, responden de manera variable en función de sus propias necesidades (cansancio, enfado, sueño…), dejando a sus pequeños desprovistos de autonomía, la cual sacrifican, a cambio de seguridad y protección. Ellos no saben a qué se debe que un día papá responda de una manera, y al día siguiente lo haga de manera contraria, por lo que viven con altos niveles de angustia, porque no saben si al día siguiente van a recibir la atención y afecto que necesitan.
En el apego desorganizado, la figura de protección, lo es también de terror. Estos padres suelen tener trastornos mentales, que les impide cuidar de sus hijos de manera sana. Puede haber malos tratos. Y aquí los pequeños van a tener problemas en la identificación y regulación de sus emociones, trastornos disruptivos…
En el apego seguro, lo más importante, es la aceptación incondicional. Es poder mirar a nuestros hijos por quienes son y no por lo que hacen. Legitimar sus emociones, sean cuales sean. Esto no implica aceptar la conducta. Es decir, entender el enfado, no implica aceptar pegar. Pero entenderlo de verdad. Es decir, ponernos a su altura (física y emocional) y entender el motivo por el que están sintiendo lo que sienten y no ponerlo nunca en juicio.
Igual de importante, es el dar respuesta a todas las necesidades de nuestros hijos. Aquí a veces los papás se confunden, porque creen que van a malcriarlos, sin entender la diferencia entre una necesidad y un deseo. Comerme dos palmeras de chocolate, no es una necesidad y además puede hacerte daño a la tripa. Entiendo que te apetezca mucho, porque es cierto que están super ricas, pero como te quiero mucho, no puedo dártela. En este ejemplo, quedaría también reflejado la necesidad de poner límites. Pero poner límites, no es gritarles, ni enfadarnos para que hagan lo que nosotros queremos. Poner límites, es enseñarles lo que va a ocurrir y ser coherentes siempre (no va a haber ninguna ocasión en la que comerse dos palmeras sea una buena idea). Pero otro ejemplo, sería la necesidad de jugar. Cuando nuestros niños nos piden jugar, no es un deseo, es una necesidad de cercanía, de complicidad, de saber que estás ahí cuando nos necesitan.
Es por ello por lo que es tan importante conocer sobre el apego y dedicar tiempo a ello. Aunque al comienzo pudiera parecer que es más lento a la hora de ejecutarse (es más rápido decir que no puedes jugar a la consola y punto, que pararte, agacharte para ponerte a su altura, explicarle con tono calmado que entiendes que le apetezca mucho jugar a la consola, porque es uno de sus juegos favoritos, pero que mañana también podrá jugar y que apagando ahora, también le dará tiempo a darse una ducha de esas calentitas que tanto le gustan), sin duda, no sólo es más beneficioso esta inversión, sino que es efectivo y sobre todo, respetuoso para nuestros pequeños.
Muchas veces nos resultará muy difícil, porque somos nosotros mismos los que venimos de un tipo de apego inseguro. Es por éso que es tan importante que podamos resolver nuestros propios conflictos, para poder vivir nuestras relaciones desde un apego seguro, y así poder relacionarnos con nuestros hijos también desde aquí.
El desarrollo de un apego seguro, es una inversión a corto, medio y largo plazo, ya que nos protegerá de enfermedades mentales. Y como leí en una ocasión, “Si desde el inicio nos contaran que en la infancia se define la salud mental del adulto,…Entonces trataríamos con más amor el alma de los niños”
Amanda Lanchas Ibáñez – Psicóloga Acción Familiar
Recomendamos para ampliar información sobre el tema el libro:
Rafael Guerrero (2018). Educación emocional y apego. Pautas prácticas para gestionar las emociones en casa y en el aula. Editorial Libros Cúpula.